La primera cosa que tengo que decir de Shiraz es tan sumamente obvia que muchos os reiréis, pero es que cuando hablamos en tren con un chico del vagón, nos dijo de que de Shiraz era muy famoso su vino (antes de la revolución, claro), y es que todos conocemos el vino Shiraz, pero ni Alberto ni yo nos habíamos dado cuenta de que podía ser por la ciudad, en fin, el chico no daba crédito. Luego descubrimos lo importante que es la uva diminuta que aquí cultivan, casi tan importante como sus pistachos (deliciosos…).
El primer día fuimos a dar un paseo por la ciudad, que es también bastante moderna, estábamos alojados en un hotel cutrillo pero muy céntrico, y nos acercamos a la oficina de turismo a por un mapa e indicaciones, la verdad es que parecía que había demasiadas cosas que ver, había que hacer selección, jeje. Y al final solo paseamos por la ciudad, vimos su bazar, un hamman antiguo y la tumba de Saadi, que aquí es un lugar de peregrinación, pero a nosotros los 4 euros por la visita de minuto y medio (que era bonita, pero bueno) nos pareció exagerado, y es que las atracciones turísticas para los guiris rondan esos precios, y al final, todo suma…
Su trabajo con el mosaico y la cerámica en general me tiene enamorada.
Por la noche íbamos buscando un sitio para cenar, habíamos mirado en la guía uno a ver si conseguíamos salir del kebab, pero no lo encontrábamos, así que preguntamos a unos chicos. Pues bien nos dijeron de otro que era el mejor de la ciudad, y nos les faltaba razón, y ellos iban para allí, así que cenamos con ellos, lo pasamos genial, buena conversación y nos invitaron a cenar, un detallazo, la hospitalidad iraní es brutal.
Y al día siguiente fuimos a Persépolis, que es seguramente el símbolo de Irán. Reconociendo nuestra incultura total, cogimos un guía que nos explicó bastante, menos mal, porque yo no sabía nada, en fin. Nos explicó todo lo del imperio, que fue el más grande del momento y llegó a suponer un 44 por cien de la población mundial de la época (guaaau). Y nos explicó que Persépolis era un lugar construido por el emperador para celebrar el año nuevo iraní, que es marzo, así que es como celebrar la llegada de la primavera, y en este super palacio se hacían todos los eventos. Luego Alejandro Magno lo destrozó, porque lo quemó y ya el tiempo hizo el resto.
Esta es seguramente la imagen más conocida de Irán.
En Persépolis no usaron cemento, para unir las piedras, usaban una especie de grapas, con el incendio de Alejandro Magno se destrozaron todas.
Este es uno de los símbolos, se supone que el león no está mordiendo a la vaca, solo empujándola, y simboliza que la primavera aparta al invierno.
La única mujer que hay toda Persépolis es esta, para que os hagáis una idea de lo diminuta que era. Está dentro de la rueda.
Y este es el único animal femenino que aparece, es una leona (miradle las tetillas), y está enfadada porque le han quitado a sus leoncitos (los llevan detrás en brazos).
Persépolis nos encantó y coger un guía fue lo mejor que pudimos hacer, porque si no, no hubiésemos entendido nada y fue muy interesante, la verdad.
También fuimos a ver la necrópolis, que son las tumbas de aquellos grandes emperadores, que están muy cerquita.
Después, de vuelta a la ciudad, nos acercamos al jardín de Eram, que es muy antiguo, y muy importante, bonito, pero quizás esperábamos más, no sé que me había imaginado yo, jeje.
Y por último nos acercamos a la tumba de Hafez, otro poeta, también lugar de peregrinación, y había muchas mujeres creemos que leyendo sus poemas.